Hoy ha muerto Whitney Houston. Es una injusticia que el destino (y la mala vida) nos priven de una voz así. Les confieso que me siento en deuda con ella desde que empecé a trabajar. Mi primera misión consistió en saltar el charco, tomar siete aviones diferentes dentro de Estados Unidos y recopilar información sobre el programa que empezábamos a preparar.
Siete aviones. Un desafío para alguien a quien le suda las manos cuando el despegue se acerca. Whitney Houston fue el tratamiento de choque. Y concretamente la que vamos a compartir. Iñigo, uno de mis compañeros de equipo, la preparaba en su «walkman» y, cuando el avión empezaba a rodar por la pista, me colocaba sus auriculares. Entonces yo cerraba los ojos y sentía como aquella mole abandonaba el suelo mecida por la voz de Whitney y una melodía que es toda una invitación a vivir. Esta rutina se repitió en todos los vuelos del viaje y acabó por convertirse en un placer añadido.
En aquellos años los reproductores de música no eran digitales y podían utilizarse en cualquier fase de un vuelo. También eran años en los que Whitney Houston todavía parecía feliz.
Mi agradecimiento, allá donde esté.
Totalmente de acuerdo, escuchar su maravillosa voz, me produce una sensación muy especial.
Tengo pena por esta pérdida, pero sabemos que sigue ahí.
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