
“¡Señora, está usted en todos lados, apártese que estoy trabajando!” La señora, que se protege de lluvia con un plumas hasta los tobillos y un sombrero de jubilada de Cornualles, soy yo con un Ipad en las manos y un micrófono en la solapa frente a la embajada de Cuba en España el día de la muerte de Fidel Castro. Estoy narrando en directo para la web y las redes sociales de El Mundo las dos concentraciones de distinto signo que tienen lugar frente a la representación diplomática. El indignado es un joven cámara de una cadena de televisión que, a tenor de sus palabras, está un poco harto de que se cruce en su plano la señora de la tablet que debe tener la edad de su madre y está ganando papeletas para ser la versión 3.0 de “la vieja del visillo” .
Cuando me suceden cosas como esta, una escena bastante recurrente sobre todo con agentes de policía (“Señora, tenga cuidado, que por aquí va a pasar mucha gente”) me siento como la abuela rockera de las redes sociales.Doña Ángeles, la genuina abuela rockera, siempre me pareció un personaje muy inspirador. Debió marcarme más de lo que imaginé esa actitud suya de saltarse lo que, por edad, le habría tocado vivir. Me encantaba verla emocionarse con los temas de Ñu, Miguel Ríos o Panzer, canciones que hubieran causado bajas significativas en cualquier residencia de ancianos.
Doña Ángeles era un ejemplo de ilusión por la vida. Tengo otro ejemplo más cercano: mi padre. Fue un eterno estudiante, siempre atento a lo que le permitiría crecer profesionalmente. Pasados los sesenta, ya retirado, se apuntó a clases de informática y se hizo con un ordenador con el que, en seis meses, dominaba el Word y el Excel, escaneaba todo lo que se le ponía por delante y navegaba por Internet como un brazo de mar.
La experiencia de estos últimos cinco años explorando las posibilidades para el periodismo de un teléfono móvil y descubriendo Twitter, Facebook, Instagram (y sus sucesivas actualizaciones) me inclinan a pensar que lo mejor que puedo aportar profesionalmente es esa predisposición a poner patas arriba lo (poco) que conozco del oficio y el entusiasmo por aprender y aprender. Pero no: los años son mi mejor capital profesional para trabajar en redes sociales
Si me resulta fácil identificar una ocasión de directo para Facebook Live y Periscope o bien hacerlos es porque realicé centenares de ellos durante los años en Antena 3 TV, CNN+ y Cuatro, desde Madrid o París. Si las búsquedas en redes son especialmente fructíferas es porque en Antena 3 TV aprendimos a tratar documentalmente las imágenes que nos llegaban de las grandes agencias internacionales e introducir descriptores en la base de datos. Buscar, seleccionar, filtrar, actividades imprescindibles en las redes sociales.
Si puedo condensar en un tuit bastante información es, entre otras razones, porque un paciente José María Carrascal me enseñó a suprimir de un texto todo lo superfluo. He seguido y minutado decenas de ruedas de prensa de todo pelaje, el mejor entrenamiento para detectar el titular y la información relevante. Eduqué el ojo en París, capital del fotoperiodismo y con cada exposición aprendí a apreciar el insustituible valor narrativo de las imágenes, fijas o en movimiento. Y lo mejor: he “olido” las noticias trabajando durante décadas sobre el terreno. Lo sigo haciendo.
Ser “una señora” es un buen negocio para trabajar en las nuevas plataformas de información porque el ejercicio de traducir la información a otra narrativa es muy natural, casi instintiva. Contar es lo que llevamos haciendo desde que salimos de la facultad. Intentamos comprender cómo hacerlo en este ecosistema mucho más complejo. Porque no se trata sólo de contar: hay que escuchar. Esta es la segunda gran conclusión: bienvenidos a la era del diálogo entre el periodista y el lector, oyente, espectador.
Para este viaje sin final conocido hemos incorporado un par de maletas más: contienen analítica y tecnología. No estaban en mi guión pero sin ellas me perdería sin remedio el final de la película. Y no es plan ahora que hemos llegado hasta aquí.